Y no pude hacer nada para ayudarte y conseguir limpiarte, separarte, reciclarte y eliminarte de la parte donde habías hecho parada.
Mi conciencia quedó apenada porque ahí estabas y me fue imposible apartarte de lo ajeno, donde habías quedado obsceno y la vida del planeta peligraba.
Entre piedras y arena fina te descomponías, y a pesar de tirar de ti, en cachitos te deshacías, mientras yo sufría porque algún día intoxicarías al resto de seres vivos que ninguna culpa tienen sobre tu destino.
Un camino al que llegaste forzado por la inconsciencia de las malas gentes y la inmadurez del ser humano, la falta de posibilidad de hacer un mundo mejor, más sano y menos contaminado.
Y te veía, miraba cómo seguías quieto en la orilla, y me maldecía por resultarme tan complicado quitarte del desastre desorganizado al que sin querer o queriendo, habías llegado.
El otro día mi alma en dos se partía, no quería dejarte pero me era imposible sacarte aparte de la parte del mundo donde eres un lastre y una amenaza constante para mis semejantes, seres con los que convivo, las branquias y aletas a las que pegarte y estómagos sin preparación para comerte, pasto para los inocentes descuidos a los que llevas contigo a la muerte. Maldita mi suerte, mis íntimas creencias sobre mis nobles capacidades y férreas voluntades, dieron al traste con tu encastre, y allí te dejé, devorado por el oleaje, mi primer ultraje sin traje de baño, cuánto daño me he hecho pensando en el hecho de haber dejado ahí el deshecho para los sin techo.
Lo siento mucho, con este alegato aquí dejo mi despecho y la prueba del mal rato, sintiéndome cómplice del asesinato del que vais a resultar pertrechos todos los plásticos para el substrato del lecho donde viven mis queridos seres marinos.